EL
SECRETO DEL TÍO CHARLI
La historia que os voy a
contar transcurre en el tranquilo pueblo de la Vall d’Uixó, un pueblo de la
Comunidad Valenciana rodeado de montañas y muy conocido por su río subterráneo.
En este pueblo es donde vive
nuestro protagonista, Leo Silver, un niño de diez años alto, rubio de ojos
verdes, algo rechonchete, simpático y muy curioso.
Leo vive junto a su hermana
Rebeca, su hermano Martín y sus padres. Rebeca es una niña de nueve años, alta,
muy delgada, ágil y divertida. Martín es el hermano mayor, tiene doce años,
también es alto, de ojos marrones, pelo castaño y es el más inteligente de los
tres y, también, el más prudente.
Una noche Leo despertó a sus
hermanos, sobresaltado, indicándoles que mirasen por la ventana de su habitación
ya que estaba convencido de haber visto al tío Charli, desaparecido años atrás.
El tío Charli era un grandísimo explorador, pero en su última aventura en busca
del tesoro árabe de Benigafull había desaparecido sin dejar rastro.
Martín y Rebeca querían seguir
durmiendo pero ante la insistencia de Leo por salir a investigar decidieron
acompañarle. Se vistieron rápidamente, cogieron unas linternas y algo de comer
y salieron a investigar por el jardín.
No encontraron ni rastro de
su tío pero lo que sí encontraron fue un pequeño cofre con una nota dentro que
decía:
“Si el tesoro queréis
encontrar, en el escudo, debajo del sol deberéis buscar”.
Su tío les había dejado una
pista para encontrar el tesoro de Benigafull.
Martín, como era el más
listo, enseguida dedujo que la pista se refería al escudo del pueblo y lo que
había debajo del sol era el castillo, así que cogieron sus mochilas y se
dirigieron hacia allá.
Cuando llegaron al castillo
no les costó demasiado encontrar la gorra del tío Charli y, junto a ella, otro
cofre que contenía una nueva nota con la siguiente pista que decía así:
“El agua para el barranco
atravesar, por sus piedras árabes y romanas deberá pasar”.
No les costó demasiado
averiguar que se trataba del acueducto, así que hacia allá se dirigieron.
Una vez allí Rebeca tuvo que
trepar a lo alto del acueducto y encontró lo que parecía ser la última pista
que decía así:
“El tesoro de Benigafull
está escondido en el tesoro de San José”
El tesoro de San José
solamente podían ser sus grutas. Se dirigieron al paraje y entraron en las
grutas junto a una visita guiada. En un descuido del guía se apartaron del
grupo y buscaron por su cuenta. Tras un rato buscando encontraron, frente a una
pequeña abertura, la vieja pipa del tío Charli. Entraron por la abertura y allí
encontraron un gran cofre. Los niños estaban contentos y emocionados, abrieron
el cofre y lo que allí había no fue un gran tesoro como ellos esperaban sino
otra nota que decía:
“El mayor tesoro del mundo
es la curiosidad de un niño, no la perdáis jamás”.
Estas palabras acompañaron a
los niños a lo largo de toda su vida y gracias a ellas se convirtieron en unos
famosísimos exploradores.
Autor:
Adán López Corro (3º B)
LOS
DUENDES DE LA VALL
Hace mucho tiempo en la Vall
d’Uixó, un pueblo situado al pie de unas montañas con un río que atravesaba
todo el pueblo y que nacía en el interior de unas cuevas, vivían unos duendes.
Estos seres pequeños, con aspecto bonachón y muy trabajadores, siempre
contentos de ayudar a conservar la naturaleza y el pueblo, habitaban las cuevas
en las que nacía el río.
Un día, los duendecillos,
decidieron poner una fuente en el centro del pueblo. Trabajaron mucho pero no
les importó porque les hacía mucha ilusión construirla para la gente del
pueblo. Todos conocían la existencia de los duendecillos y les querían mucho y
les agradecían todo lo que hacían cosiéndoles trajecitos, haciéndoles zapatitos
y dándoles de comer cuando hacía falta. Eran tiempos muy felices.
Un día de invierno cayó una
tormenta terrible, durante una semana no paró de llover. Las cuevas se
inundaron, el río se desbordó y los pobres duendecillos se quedaron sin hogar y
muchos de ellos no sobrevivieron.
Cuando pasó la tormenta y
dejó de llover, la gente del pueblo estaba muy preocupada por los duendecillos
y pensaron en ir todos a buscarlos.
Estuvieron buscándolos todo
el día pero no encontraron ninguna señal de los duendecillos. Todos estaban muy
tristes.
El pueblo, poco a poco, fue
perdiendo su magia y su belleza. Nadie sabía cómo solucionar ese problema hasta
que, un día, los niños y niñas del pueblo decidieron hacer el trabajo de los
duendecillos.
Trabajaban para mantener el
pueblo limpio y en orden, ayudaban a la gente que los necesitaba y empezaron a
conservar la naturaleza. En poco tiempo los niños y niñas, con su trabajo, su
ayuda y su ilusión devolvieron la felicidad al pueblo. Parecía que ya nadie se
acordaba de los duendecillos.
De repente la fuente se
secó. Nadie sabía lo que había podido ocurrir hasta que un grupo de personas
fueron a las cuevas a averiguar cuál era el problema. En las cuevas
descubrieron que algunos duendecillos seguían allí y habían cerrado el paso del
agua que iba hasta la fuente. Tenían aspecto de estar enfadados y furiosos.
Cuando les preguntaron por
qué habían cortado el agua de la fuente del pueblo, los duendecillos dijeron
que si no les querían a ellos tampoco habría agua. Todos los que allí estaban
les explicaron lo sucedido, cómo les habían buscado después de la tormenta y
cómo los niños habían trabajado para recuperar la magia y la belleza del
pueblo.
Los duendecillos se
sintieron avergonzados por su mal comportamiento y ayudaron para que el agua
volviera a la fuente y, desde entonces, la Vall es un pueblo lleno de magia,
belleza y agua para sus fuentes.
Autora:
Amanda Loriente Morales (3ºB)
UNA
NOCHE DE TERROR
Había una vez un niño
llamado Pedro. Pedro vivía en una casa del barrio Carbonaire situada en la Vall
d’Uixó.
Pedro era un niño con el
pelo castaño, de seis años y muy juguetón. Le gustaba jugar a vaqueros con su
perro Kiko. Kiko era un perro pequeño, de color blanco al que también le
gustaba jugar con Pedro.
Un día ventoso, mientras
Pedro y su perro jugaban en el parque de al lado de su casa, vino una fuerte
ráfaga que arrastró el sombrero de Pedro hacia la montaña. Pedro, corriendo
tras él, no se dio cuenta de que cada vez se alejaba más de su casa. Él corrió
y corrió tras el sombrero hasta que oscureció. Cuando se dio cuenta de que no
sabía dónde estaba empezó a tener miedo y mucho frío.
Durante horas anduvo
buscando el camino de vuelta a casa hasta que encontró una cueva y decidió
refugiarse en ella.
Una vez en la cueva había
tanto silencio que cada ruidito le parecía espeluznante, y Pedro pensó:
- Estoy
rodeado de leones – y solo eran ratones.
- Esos
lobos hambrientos me quieren comer – y solo eran búhos cantando a la luz de la
luna.
Hasta
que el cansancio le pudo y se durmió.
A la
mañana siguiente se despertó con un sonido muy diferente. Eran sus padres
llamándole.
Pedro,
al escucharlos, se puso muy contento y salió de la cueva corriendo a buscar a
sus padres. Estos estaban muy contentos de ver que Pedro estaba sano y salvo.
Pedro
aprendió una lección: no alejarse solo de casa.
Autora: Mireya Roig Arnau (3º B)
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